CAPÍTULO 1. EL YACIMIENTO DEL CORTIJO DE ACEVEDO.



OCULTAMIENTO DE MONEDAS DEL SIGLO III d. C. PROCEDENTE DEL CORTIJO DE ACEVEDO
(MIJAS, MÁLAGA).


Marcelino Carcedo Rozada 
Juan Ramón García Carretero    
Juan Antonio Martín Ruiz

(2007), Museo Histórico Etnológico de Mijas. Ayto. de Mijas. ISBN:978-84-606-4357-9                 
El presente trabajo corresponde al II Premio de Investigación Histórica y Etnográfica 
Villa de Mijas de 2005.



INTRODUCCIÓN.

Aunque en la actualidad conocemos en nuestra península un número bastante elevado de ocultamientos monetarios que podemos situar a lo largo del siglo III d. C., pues rondan ya el centenar de hallazgos, lo cierto es que la mayor parte de los mismos han sido descubiertos en unas condiciones que impiden tener una información precisa tanto acerca de su contenido exacto como de los contextos arqueológicos en los que estas monedas aparecieron.
Éste es precisamente el hecho que caracteriza las piezas que conforman el hallazgo motivo de esta obra, pues aun cuando existe la certeza de que su procedencia no es otra que la villa romana del Cortijo de Acevedo, el haber sido descubiertas durante la realización de unas obras en dicho lugar, al margen de las excavaciones llevadas a cabo en el yacimiento, hace que no conozcamos con certeza el contexto en el que estaban inmersas. Tras su aparición estos materiales pasaron a formar parte de varias colecciones privadas de manera que su contenido, unas dos mil monedas, se dispersó por distintos puntos de nuestra provincia. Ello hizo necesario una intensa búsqueda que nos ha permitido documentar, tras las facilidades dadas por algunos de sus propietarios, tan sólo una parte del ocultamiento ya que, además de aquellas a las que nos ha sido imposible acceder, no cabe descartar tampoco que un número indeterminado de las mismas hayan podido perderse en el momento de su aparición.
Aún así, creemos de enorme interés dar a conocer una importante aportación en el ámbito de la numismática de la antigua Hispania romana que, de otra forma, podría  considerarse irremisiblemente perdida para la investigación sobre el tema, a la par que enriquece los escasos datos que tenemos sobre el pasado de un territorio, como es el antiguo ager suelitanus, al que durante varios siglos perteneció el actual municipio de Mijas y del que sabemos tan poco.
Por ello no hemos querido que este trabajo quedase limitado únicamente al estudio de estas monedas, cuestión que ya de por sí posee un indudable interés habida cuenta que el numerario conocido para el siglo III d. C. en nuestra provincia, apenas sobrepasa el centenar de ejemplares, sino que se ha abordado igualmente un tema más amplio como es el período histórico en el que se enmarcan, de manera que procuraremos trazar las líneas generales de lo acaecido en esta zona a lo largo de los siglos I a III d. C.
A fin de facilitar en un futuro la posibilidad de incluir este hallazgo en estudios de índole estadístico o sobre circulación monetaria, se adjunta un cuadro en el que se cataloga la totalidad de las monedas a las que hemos tenido acceso, así como un cederrón con la documentación gráfica del ocultamiento, extremo que, por otra parte, nos exime de tener que abordar en el texto su descripción exhaustiva, evitando de esta forma al lector farragosas reiteraciones sobre las características de estos numismas.
Por último, deseamos finalizar estas breves líneas introductorias expresando nuestro público agradecimiento a todas aquellas personas e instituciones que, de una u otra forma, nos han ayudado a hacer realidad este trabajo. Vaya , pues, nuestra gratitud para Dña. María Luisa Loza Azuaga, de la Dirección General de Bienes Culturales, y D. Pedro Rodríguez Oliva de la Universidad de Málaga, por su amable autorización para consultar los informes inéditos relativos a las excavaciones realizadas en diversos puntos del término de Mijas, depositados en la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, así como a D. Bartolomé Mora Serrano de la Universidad de Málaga por sus inestimables consejos sobre cuestiones numismáticas, sin que olvidemos en modo alguno a D. Eduardo García Alfonso por la gentileza al facilitarnos documentación bibliográfica sobre las amonedaciones descubiertas en el importante yacimiento de Baelo Claudia, y a D. Cristóbal Vega Vega, Cronista Oficial de Fuengirola, quien nos ha facilitado el acceso a interesantes datos escritos sobre el pasado de este cortijo mijeño donde se llevó a cabo el descubrimiento.



CAPÍTULO 1. EL YACIMIENTO DEL CORTIJO DE ACEVEDO.
1.1. MARCO FÍSICO DEL YACIMIENTO.
El yacimiento en el que aparecieron estas monedas se localiza cerca de la desembocadura del río Fuengirola, en concreto en su margen occidental (figuras 1-2), en una zona que en la actualidad está ocupada por las instalaciones del moderno cementerio municipal de Fuengirola. Se trata de una villa romana con una posible ocupación anterior de la que disponemos de una información muy limitada, por cuanto en este lugar se han emprendido varias excavaciones arqueológicas con carácter de urgencia a lo largo de 1990 y 1991 que aún no han sido publicadas en detalle, si bien nos ha sido posible acceder a los datos aportados por los informes preliminares elaborados al respecto.


Figura 1. Plano de situación del yacimiento.



Figura 2. Fotografía aérea en la que se observa el emplazamiento de la villa de Acevedo cerca del cauce del río Fuengirola.

Merced a un documento datado en 1863 sabemos ya de la existencia de este cortijo por esa fecha, pues en él consta una petición hecha por su propietario, Juan Acevedo y Pérez, al Ayuntamiento de Fuengirola para que tome medidas contra el cierre de un camino que pasaba por terrenos de la Condesa de San Isidro, y que ésta había decidido cerrar por su cuenta (Archivo Municipal de Fuengirola, 1863).
Como decimos, la villa se emplaza en una pequeña elevación junto a una curva del río, siendo necesario indicar las variaciones que ha experimentado su geografía desde la Antigüedad hasta nuestros días. Así, los estudios geo-arqueológicos emprendidos por el Instituto Arqueológico Alemán y la Universidad de Bremen en diversos cauces fluviales de la costa andaluza permitieron establecer con toda certeza que el río Fuengirola formaba una amplia bahía que llegaba a penetrar varios kilómetros al interior (figura 3), bahía que fue colmatándose progresivamente hasta que a partir de la Edad Media se configura una situación muy similar a la actual (Hoffmann, 1987: 91-94), de manera que la primitiva ocupación humana en este lugar estuvo emplazada al borde mismo de lo que fue la antigua línea de costa, en terrenos no muy extensos pero de gran potencialidad agrícola.

Figura 3. Evolución de la línea de costa en la desembocadura del río Fuengirola desde el Neolítico hasta nuestros días (Fuente: G. Hoffmann).
La situación geográfica elegida para instalar esta villa refleja en buena medida las normas que se tenían en consideración en época romana a la hora de cuestionarse qué los elementos debían ser tenidos en cuenta para elegir el mejor emplazamiento posible, algo que podemos encontrar magníficamente expuesto en autores como Columela, Catón o Vitrubio (Fernández, 1998: 41-50). En efecto, aspectos como una ubicación soleada y aireada que se sitúe al pie mismo de una elevación, la disponibilidad de tierras fértiles, la existencia de un cauce fluvial próximo que permitiese la navegación y que sirviese a la vez como útil referencia geográfica, o la cercanía de buenas comunicaciones, en nuestro caso la vía Hercúlea, para facilitar la salida de los productos cultivados o manufacturados y la llegada de suministros, son algunas cuestiones que vemos fielmente reflejadas en nuestro caso, por lo que hemos de concluir que su constructor tuvo muy en cuenta estas prescripciones de su época.

1.2. RESTOS ARQUEOLÓGICOS PROCEDENTES DEL CORTIJO DE ACEVEDO.
A tenor de lo expuesto, no cabe descartar la existencia de una posible presencia fenicia si tenemos en consideración que en algunos de los sondeos geológicos realizados en las inmediaciones de este lugar se recogieron varios fragmentos cerámicos de esta naturaleza, aunque su excesiva fragmentación no permite establecer una cronología precisa (Hoffmann, 1987: 95).
Por otra parte, tenemos noticia de la aparición de algunas monedas de bronce. Dos de ellas, acuñadas en la ceca de Malaca (figuras 4-5), muestran, en el primer caso un as que en su anverso no conserva nada de la leyenda aunque sí el busto con bonete cuadrangular y tras este parte de las tenazas, pudiendo apreciarse en el reverso una estrella rodeada por una láurea. El segundo ejemplar se trata de un semis en cuyo anverso vemos un busto con bonete triangular acompañado de unas tenazas y la leyenda neopúnica M(a)L(a)C(a), en tanto su reverso contiene un templo tetrástilo (Campo, 1986: 148). En ambos casos, es factible situar estas piezas entre los años 100 a 45 a. C., dentro pues de las series 5/6 del III Período establecido para las emisiones de dicha ceca (Campo, 1986: 150). En una nueva moneda de bronce, muy mal conservada y que muestra una fractura realizada intencionadamente, apenas podemos adivinar en su anverso una cabeza masculina, en tanto en el reverso se perciben dos espigas de trigo y un creciente lunar con punto. Si bien no se conserva el nombre de la ciudad, la leyenda complementaria escrita en neopúnico de la que se han propuesto diversas lecturas, nos remite a las acuñaciones emprendidas por las cecas situadas al otro lado del Estrecho de Gibraltar, en nuestro caso la ciudad de Tánger (Asorey, 1991: 89-92) -figura 6-. Aunque estas emisiones aparecen de forma relativamente abundante en Andalucía, en la provincia de Málaga solamente se conocían un par de ejemplares (Gozalbes, 1998: 214), siendo posible fecharla entre finales del siglo II y el año 38 a. C. (Mazart, 1955: 183).

Respecto a fechas posteriores a la implantación romana apenas sabemos nada, aun cuando parece factible postular la continuidad de esta ocupación en tiempos medievales, si bien es preciso reconocer que hasta el presente tan sólo ha podido ser constatada a través de algún resto cerámico (Rodríguez, Loza, 1990; Rodríguez et alii, 1991; Corrales, 2001: 350).
En realidad son muy escuetas las referencias bibliográficas que nos remiten a hallazgos de época romana. En este sentido cabe recordar las noticias que nos transmite J. Temboury (1975: 185-186) quien señala cómo en 1920 fue destruida una parte del yacimiento. En concreto se alteró entonces la zona ocupada por las termas, de las cuales tan sólo nos consta que estaban construidas con sillares de grandes dimensiones, así como que también resultaron entonces dañados varios “mosaicos blancos”.
Otro de estos tempranos hallazgos habría tenido lugar hacia 1925, cuando se descubrió una inscripción latina fechada en el siglo II d. C. que se viene vinculando con este lugar aún cuando no existe una plena seguridad en este sentido (Atencia, 1978: 49; Rodríguez, 1981: 61-62). Se trata de un ara de mármol blanco de la Sierra de Mijas (Beltrán, Loza, 2003: 137-138), la cual decora sus laterales con una pátera y un jarro litúrgicos, en tanto se remata con un focus circular acompañado de dos pulvinos. En su parte frontal se grabó un texto que podemos leer así:

D(iis) M(anibus) S(acrum)
AEMILIA
AEMILIANA

SVELITANA

AN(norum) XXII. PI(a)
IN. SV(is). H(ic) S(itvs) ES(t)
S(it) T(ibi) T(erra) L(evis)

Y que ha sido traducido como sigue:
Consagrada a los dioses Manes, Aemilia Aemiliana Suelitana, de veintidós años, piadosa con los suyos, aquí yace, que la tierra te sea leve.

Existe otro dato que tal vez pueda arrojar algo más de luz sobre este lugar. Nos referimos a un epígrafe aparecido en el siglo XVIII y que reza así (Atencia, 1970; 48; Rodríguez, 1981: 61):
            ...DEO GENI
 EX VOTO
SOLVIT

Lamentablemente la inscripción, que hoy no se conserva, debió estar fragmentada, lo que en un primer momento hacía difícil averiguar el texto completo, a la vez que esa falta hacía necesario intentar su reintegración, extremo que podía suscitar división de opiniones. Sin embargo, hemos de indicar que esta cuestión ha quedado zanjada al haberse llegado a un consenso generalizado a la hora de considerar que el texto original debió ser:
[Fortunae], D[i]ogen[es] ex voto solvit.

Siendo así que se ha sugerido la siguiente traducción:

A la Fortuna Diógenes cumplió su voto


Pues bien, según parece esta pieza habría sido hallada junto a los restos de un acueducto que ya existía en dicha centuria en una zona a la que se denomina “campillo de Valdeçuer”, nombre utilizado a partir de la conquista cristiana para designar el castillo y sus alrededores más próximos (Rodríguez, 1981: 55-56; López, 1977: 495). Como es lógico, resulta imposible aseverar con total certeza que el lugar de procedencia de esta inscripción sea precisamente el Cortijo de Acevedo, si bien no resulta improbable que sea éste el lugar donde fue hallada. De ser así tendríamos nuevos datos sobre un personaje, al parecer de origen heleno, que dedica una inscripción a la diosa Fortuna en cumplimiento de alguna promesa o favor concedido.
Igualmente se tiene constancia de la aparición en este lugar de algunos restos cerámicos carentes de contexto preciso pertenecientes a recipientes de cocina de clara filiación norteafricana, como pueden ser las cazuelas de fondo estriado de la forma Lamb.10a (Serrano, 1987: 45; 2000: 44), o aquellas otras de pátina cenicienta (Serrano, 1987: 44; 2000: 45), datables en ambos casos entre los siglos II y finales del IV/inicios del siglo V d. C. Tampoco olvidamos los platos/tapadera de borde ahumado (Serrano, 1987: 43), a los que también cabe asignar una datación sumamente amplia puesto que se fechan entre el siglo I a. C. y el IV d. C.
Por otra parte, es posible mencionar el hallazgo de varias marcas de alfareros impresas sobre lucernas que fueron elaboradas en los talleres de Caius Iunius Dracus, Caius Oppius Restitutus, Caius Iunius Alexius, Marcus Novius Iustus y L. Munatius Threptus, todas ellas con cronologías que se sitúan entre los siglos I y III d. C., siendo en el norte de África el centro productor de estas piezas salvo en lo concerniente a las que tienen la marca C. Oppius, ya que podrían haber sido confeccionadas en la Península Ibérica, pues no se descarta que algunos de estos talleres africanos tuviesen filiales o centros secundarios en la propia Andalucía, lo que implica que, en algunos casos, pudo ser esta zona y no la costa situada al otro lado del Estrecho el lugar donde se fabricaron (García, Martín, 1998: 39-40), extremo por el momento imposible de confirmar dada la ausencia de análisis al respecto.
Cabe constatar la presencia de elementos ornamentales como pueden ser las dos placas decorativas cerámicas inéditas que mostramos (figura 7), conservadas en una colección particular. Aunque ambas placas fueron ornamentadas con pintura de colores rojo y amarillo ocre, una de ellas, con forma rectangular, muestra un rombo dentro del cual se inserta un haz de rayos, en tanto en la otra, que presenta un tamaño más cuadrado, vemos una roseta como motivo central. Su datación se ha venido estableciendo en los siglos III y V d. C. (Loza, 1995: 583-585).
             


1.3. LAS EXCAVACIONES ARQUEOLÓGICAS.
Las distintas intervenciones realizadas en este yacimiento con carácter de urgencia estuvieron motivadas por las obras emprendidas para construir el actual Parque Cementerio. Estos trabajos evidenciaron, como ya señalamos con anterioridad, la existencia de una villa en la que se han establecido dos fases distintas de ocupación (Rodríguez, Loza, 1990; Rodríguez et alii, 1991; Corrales, 2001: 350-351), (figuras 8-12). La primera de estas fases corresponde a la pars urbana, en concreto al sector de las termas que habían sido dañadas en 1920, termas que en la actualidad sabemos deben fecharse en el siglo II d. C. y de las que todavía se conservaban numerosos restos de muros, una pequeña parte de un mosaico, pavimentos de opus signinum y un suelo de opus spicatum, además de un canal y varios pilares de suspensión. Una segunda fase, estaría representada por varias habitaciones situadas al sur de estas instalaciones termales, habitaciones de las que resulta difícil determinar si pertenecen a la llamada pars rustica, o área de residencia del personal que trabajaba en la villa, establos y almacenaje de aperos, etc., o bien a la pars frumentaria, zona destinada a las actividades productivas propias del lugar (Fornell, 2000: 82). Algunas de ellas tienen dimensiones muy pequeñas, poco más de 1 metro de longitud en sus lados, algo que ha facilitado el que se les atribuya el papel de almacenes. Otras dependencias próximas, algo mayores que las anteriores facilitaron elementos de vidrio, agujas de hueso y fragmentos de mármol blanco.

Figura 9. Vista parcial de las excavaciones. Estructuras, conducciones y piletas.


Figura 10. Área residencial de la villa, con pavimento de opus spicatum en primer término.


Figura 11. Detalle de la canalización de aguas.

El carácter funerario del epígrafe ya comentado de Aemilia Aemiliana nos habla de la existencia de una necrópolis en las inmediaciones de la villa, extremo que pudo ser confirmado (Corrales, 2001: 351) pues en el frontal de un talud llegaron a apreciarse hasta siete sepulturas, muy posiblemente de inhumación, las cuales conformarían casi con toda seguridad una pequeña zona de enterramientos ocupada por los habitantes de la misma. Aunque por desgracia no tenemos ningún dato sobre este cementerio, la mencionada inscripción nos llevaría a fechas altoimperiales, a la par que podría facilitarnos el nombre, sexo y edad de fallecimiento de una de sus moradoras, siempre con las dudas ya expresadas acerca de su origen.
En consecuencia, y a tenor de los escasos datos disponibles que hemos ido comentando, la villa de Acevedo muestra una amplia ocupación temporal muy mal definida en algunas de sus fases. Así, posiblemente pudo estar ubicada sobre un enclave anterior de origen semita, aunque lo cierto es que apenas conocemos materiales que puedan fecharse antes del cambio de Era, los cuales quedan reducidos a un par de  monedas de Malaca que no van más allá del siglo I a. C. al igual que acontece con el ejemplar tingitano. Del mismo modo, nos consta su perduración a lo largo de la Edad Media, posiblemente como alquería rural, si bien apenas podemos decir nada al respecto debido a la falta de información. En consecuencia, es el período romano el mejor documentado, período que nos informa de una ocupación que, desde el punto de vista temporal abarca desde el siglo I al IV/V d. C., aun cuando resulte que la centuria a la que pertenecen las monedas objeto de este estudio, como es el siglo III, sólo se encuentra representado por unos cuantos materiales descontextualizados, algo que no deja de ser llamativo y que nos impide conocer siquiera a grandes rasgos qué sucedió durante esos años en este yacimiento, máxime si tenemos presente que es a partir de esa fecha cuando las villas hispanas experimentan un mayor desarrollo edilicio (Fornell, 2000: 82). Esta amplia perduración temporal ya comentada hace que pueda ser considerada como una villa rústica-señorial en palabras de la citada autora (Fornell, 2000: 84-85), a fin de remarcar su evolución desde simple unidad de producción hasta el carácter monumental que llegan a alcanzar en no pocos casos.
Dada la datación de las estructuras exhumadas hemos de convenir que, para el alto imperio, sólo se ha documentado la parte doméstica de la misma, siendo este área desconocida por completo para las fechas posteriores, al contrario de lo que sucede durante los últimos siglos del imperio.
Si tenemos en cuenta su situación geográfica, muy cercana al oppidum de Suel (Rodríguez, 1981: 52-56), yacimiento con una ocupación que se remonta a época fenicia y que resulta ser el más destacado de la zona, podemos calificarla como una villa de carácter suburbano (Fornell, 2000: 83) que goza de una excelente ubicación en el interior de una bahía, y que no debía estar muy distante de una importante ruta terrestre como es la Vía Hercúlea, la cual, como tendremos ocasión de comprobar más adelante, parece que vadeaba el río justamente por este lugar.