CAPÍTULO 3. POBLAMIENTO EN EL AGER SUELITANUS.

* extraido de:
Ocultamiento de monedas del siglo III d. C. procedente del Cortijo de Acevedo, Mijas, Málaga. 

Marcelino Carcedo Rozada, Juan R. García Carretero  y Juan A. Martín Ruiz
Edita: Museo Histórico-Etnológico de Mijas. Ayto. de Mijas. (2007).
ISBN:978-84-606-4357-9  
               
El presente trabajo corresponde al II Premio de Investigación Histórica y Etnográfica Villa de Mijas de 2005.
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CAPÍTULO 3. EL POBLAMIENTO EN EL AGER SUELITANUS  DURANTE EL ALTO IMPERIO*

3.1. LAS FUENTES LITERARIAS Y TOPONÍMICAS.

Procuraremos en este último capítulo esbozar un intento de reconstrucción histórica que nos permita apreciar qué supuso para este territorio meridional hispano el periodo que conocemos como Alto Imperio. La inclusión de los dos siglos anteriores a la tercera centuria de nuestra Era facilitará valorar en su justa medida su devenir histórico desde la fase expansiva que caracterizó sus inicios hasta la crisis experimentada en sus momentos finales. Así, pues comenzaremos abordando en primer lugar las citas literarias de la Antigüedad que abarcan este período o fueron elaboradas a lo largo del mismo, si bien hemos de hacer notar que la información que proporcionan es, por desgracia, sumamente reducida, pues únicamente nos hablan de un emplazamiento, como es Suel en el actual Cerro del Castillo, el cual se convierte por ahora en el único lugar del que conocemos su topónimo, que curiosamente resulta ser de origen claramente prerromano. En este sentido cabe recordar que, si hasta no hace mucho tiempo se aceptaba de forma generalizada que dicho topónimo tenía su origen en el ámbito fenicio, puesto que parecía recordar lejanamente algunas palabras hebreas que significaban “zorro” o “hueco de la mano” (Millás, 1941: 316; Fernández-Chicarro, 1942: 172), en los últimos años se ha planteado la inexistencia de isoglosas en la lengua fenicia (Sanmartín, 1994: 238). Esto ha hecho que incluso se haya llegado a postular su probable carácter indígena (Martínez, 1996: 4), para lo que tampoco conviene olvidar la existencia de otro topónimo quizás más antiguo, caso de Syalis, que vemos citado en un autor tardío como es Esteban de Bizancio pero que se atribuye a Hecateo de Mileto, escritor de finales del siglo VI a. C., el cual textualmente dice “Syalis, ciudad de los mastienos” (Rodríguez, 1982: 51-52; Sanmartín, 1994: 239). De ser así, significaría que Suel provendría de esta última palabra, lo que significa que todavía se mantienen las dudas acerca de su origen a la espera de nuevas aportaciones que diluciden de una vez el dilema.

El nombre Suel aparece recogido, con ligeras variantes, en autores como Plinio (III, 8), Mela (II, 94) y Ptolomeo (II, 47), sin que olvidemos el Itinerario de Antonino (405, 8), aunque en realidad solamente uno de ellos, Plinio, nos ofrece algún dato al calificar este lugar como oppidum. Ahora bien, aunque tradicionalmente se venía considerando que con este término se designaba un emplazamiento de cierta envergadura rodeado de un perímetro defensivo, nuevos estudios sobre el léxico utilizado por este escritor latino (Capalvo, 1986: 55) evidencian que esta acepción no posee ninguna connotación que pueda permitirnos intuir su estatus jurídico, tamaño, ubicación o la presencia de recintos amurallados.

Como podemos apreciar, este tipo de fuentes escritas nos proporciona una información realmente muy limitada, pues ésta queda reducida a alguna escueta referencia a una localidad denominada Suel, topónimo que tal vez podría aludir a un vocablo indígena anterior a la conquista romana, sin que en todo caso pertenezca al ámbito lingüístico latino. Incluso en una ocasión, como sucede con el Itinerario de Antonino, se indica expresamente la distancia entre la localidad de Málaga y Suel, en concreto veintiuna millia passum, lo que equivale a unos treinta y un kilómetros (Blázquez, 1894: 407; 1899: 49; Rodríguez, 1981: 52-53), distancia que encaja bastante bien con la que separa ambos puntos.
Por otra parte, no queremos dejar de considerar en este caso una referencia geográfica contenida en el libro Ora Marítima del poeta Rufo Festo Avieno, más exactamente en su verso 452, en el que hace alusión a un accidente geográfico llamado Iugum Barbetium :

Junto a ellos (los tartesios) además está luego el cabo Barbetio…”.

Aun cuando Avieno fue un autor del siglo IV d. C., en la actualidad queda fuera de duda que tomó para su obra datos elaborados en épocas mucho más antiguas que nos llevan hasta el primer milenio a. C. Sin que entremos ahora en la enorme complejidad que entraña el análisis de esta creación poética, tema que por sí solo ha dado pie a una extensísima bibliografía que se escapa por completo a nuestras pretensiones, conviene recordar que algunos investigadores han querido ver en esta cita una referencia al cabo de Calaburras o cuando menos a la Sierra de Mijas (Rodríguez de Berlanga, 2001: 49; Rodríguez, 1981: 49-50; Spaar, 1993: 120).

3.2. DISTRIBUCIÓN DEL POBLAMIENTO.

El ager suelitanus es un espacio geográfico muy mal definido, ya que sólo resulta posible establecer sus límites a partir de documentos textuales que, en nuestro caso, se reducen a dos inscripciones altoimperiales procedentes del Cerro del Castillo y la propia Finca de Acevedo, si bien la extensión espacial de estos descubrimientos es tan sumamente reducida que apenas nos pueden ser útiles en esta pretensión, ya que ambos están separados por unos pocos cientos de metros. Aún así, parece que este ager ocuparía cuando menos los actuales términos municipales de Mijas, Fuengirola y Benalmádena (Corrales, 2001: 343), sin que por ahora sea factible establecer mayores precisiones al respecto.
El núcleo principal era sin duda alguna Suel, situado en el Cerro del Castillo como hemos dicho. Este lugar había sido ocupado ya en época de la colonización fenicia, llegando a alcanzar la categoría jurídica de municipium en época incierta (Rodríguez Cortés, 1990: 130), aun cuando se ha sugerido que lo más probable es que este hecho hubiera tenido lugar durante el gobierno de la dinastía Flavia (Chic, 1996: 259), ya que fue con esta familia imperial cuando se llevó a cabo una amplia política de concesión de este estatus jurídico a numerosas poblaciones de la Península Ibérica (Mangas, 1989: 156-158; Corrales, 2002: 456). Esta política, que podemos considerar aperturista desde el punto de vista jurídico con las implicaciones que conllevaba, estuvo motivada en buena medida por el decidido apoyo que las ciudades hispanas habían prestado a su bando con ocasión de la guerra civil que llevó a Claudio a enfrentarse con Galba tras la muerte de Nerón, contienda en la que a la postre resultaría vencedor (Caballos, 2001: 108). 

 Suel: vista aérea del Cerro del Castillo.


Suel: vista de las piletas de salazones.

En realidad, y a pesar de ser el emplazamiento más importante de todo este tramo costero, conocemos muy poco sobre su ocupación, extremo que podemos aplicar no sólo a la fase altoimperial sino que podemos hacer extensivo a otros períodos de su historia. Ciñéndonos a la fase que ahora nos ocupa diremos que de este emplazamiento provienen una serie de marcas de alfareros hechas sobre vasos de terra sigillata que podemos considerar como producciones gálicas, elaboradas sobre todo en los talleres de La Graufesenque y Montans (Serrano, Atencia, 1981: 95-108; Serrano et alii, 1987: 221-222; Martín et alii, 1991-92: 142-145), lo que lo convierte en el yacimiento que ha proporcionado más marcas elaboradas sobre sigillata gálica de toda la provincia de Málaga (Serrano, Atencia, 1993-94: 174), si bien creemos que este hecho se debe más a cuestiones relacionadas con la propia investigación arqueológica que con una realidad histórica, pues no parece realista suponer que Suel fuese el municipio más señero en este aspecto de toda esta parte de la Bética.

Aún así, y a falta de porcentajes precisos, podemos decir que la sigillata hispánica resulta ser más abundante que la gálica (Serrano, Atencia, 1981: 106-108; Martín et alii, 1991-92: 146; Martín, Sánchez, 2003: 124), siendo posible constatar también la presencia de sigillatas africanas, sin que olvidemos varias monedas de Tiberio, Claudio I, Marco Aurelio y Tétrico I (Rodríguez, 1981: 65-66). Otras manifestaciones materiales que nos han llegado del Alto Imperio corresponden a tres epígrafes de los siglos I y II, de los que dos se han conservado tan fragmentados que resulta difícil pronunciarse sobre el carácter de los mismos (Rodríguez, 1981: 62-63). En cambio, merece la pena comentar con más detalle el de Lucius Iunius Puteolanus, pues volveremos a citarlo en páginas siguientes, y cuyo texto nos habla de un liberto que llegó a ostentar un importante cargo sacerdotal, erigiendo un altar dedicado al dios Neptuno que hizo acompañar de un banquete público (Atencia, 1970: 48-49; Rodríguez, 1981: 60-61). Menos conocidas son, en cambio, las representaciones artísticas de que se rodeaban sus habitantes, puesto que de ellas exclusivamente nos ha llegado un fragmento de una herma de mármol que posiblemente represente al dios Silenos, la cual se viene situando en el siglo II d. C. (Rodríguez, 1978: 69-70).

Por otro lado, nos consta que son varias las villas que se distribuían por este ager, algunas de ellas ubicadas en el litoral y otras posiblemente en el interior. Es importante la concentración que parece intuirse a lo largo del curso del río, algo que recientemente se ha sugerido puede ser muy útil de cara a establecer los límites de las antiguas zonas de aluvión de dicho cauce fluvial (Spaar, 1993: 123). Como resulta lógico estas distintas ubicaciones conferían a dichas instalaciones una serie de características diferentes, si bien por ahora es imposible establecer una visión de conjunto o examinar las interrelaciones que debieron existir entre ambos espacios geográficos, ya que las únicas excavaciones arqueológicas que se han emprendido hasta el momento se han centrado en las villas próxima al mar, lo que hace que sean mucho mejor conocidas con diferencia.
Examinemos ahora de forma sintetizada los datos que nos han llegado de cada uno de estos emplazamientos. Entre los yacimientos costeros o próximos al litoral podemos mencionar La Butibamba, Butiplaya y Finca de Acevedo en el actual término de Mijas, Finca del Secretario y Torreblanca en Fuengirola, además de Torremuelle, Benalmádena-Costa y Los Molinillos en Benalmádena. Respecto al interior por el momento sólo contamos con alguna exigua alusión referente a hallazgos efectuados en el actual término municipal de Mijas.

La villa de La Butibamba abarca desde el siglo I al III, instante en el que fue abandonada tal vez parcialmente, aun cuando una parte del yacimiento ofrece indicios acerca de la perduración del poblamiento en este punto hasta bien entrado el siglo V (Corrales, 2001: 354). En ella pudieron distinguirse dos zonas bien diferenciadas. En la primera, de marcado carácter residencial, se documentaron mosaicos, paredes estucadas y lo que muy bien pudieran ser unas termas, en tanto al este de las mismas se excavó un sector destinado a las actividades económicas que sustentaban la vida cotidiana de sus habitantes. En esta ocasión se trataba de la elaboración de aceite, la confección de tejidos como denotan las abundantes pesas de telar recuperadas, y la pesca a juzgar por las pesas de plomo para redes. Además, se han publicado algunos materiales cerámicos provenientes de este lugar como serían los platos/tapadera de los siglos I-III d. C. y vasos de terra sigillata africana de las formas 61 y 67 que conforman la vajilla de mesa (Serrano, 2000: 41; 2001: 405 y 408), además de una placa de mármol decorado del siglo II d. C. (Beltrán, Loza, 2003: 541). Muy cerca de la anterior se sitúa la aldea de pescadores de la Butiplaya que, con unas dimensiones muy reducidas, parece que debe situarse en momentos ya tardíos (Corrales, 2001: 354). También en La Cala de Mijas tenemos constancia de otro lugar que ha facilitado restos de época romana, como es el Cortijo de San Miguel. En concreto nos referimos a la aparición de un pequeño fragmento de bronce con un texto latino aún no publicado en detalle, junto a algunas monedas de bronce que se adscriben a los reinados de Teodosio y Arcadio (Avala, Gozalbes, 1996: 62-63).

En cuanto a la villa de la Finca del Secretario, en aquel entonces situada al borde mismo de la línea de costa (Hoffmann, 1987: 95), podemos indicar que constituye un perfecto ejemplo de la estructuración de estas áreas residenciales y económicas. De un lado podemos constatar la presencia de una zona habitada que hasta la fecha solamente nos es conocida gracias a sus instalaciones termales erigidas con sillares (Hiraldo, Villaseca, 2001: 583-587; 2002: 632-635), técnica que nos recuerda vivamente las noticias transmitidas por Temboury sobre la que resultó destruida en la Finca de Acevedo. El interior de esta villa estuvo decorado con mosaicos, pinturas parietales polícromas, placas cerámicas con decoración vegetal y geométrica en relieve (Atencia, 1978: 74-75; Loza, 1991- 92: 254-255; 1995: 584) y bellas estatuas, como la que representa a la diosa Venus (Puertas, 1980-81: 122-126; 1982: 357- 362; Baena, 1984: 60). Respecto a la zona industrial, podemos indicar que se detectaron un total de cinco hornos acompañados de varios vertederos donde se arrojaban los productos defectuosos, aunque solamente se excavaron cuatro, tres de ellos con un pilar central en sus cámaras (Villaseca, Hiraldo, 1993: 386-387; Villaseca, 1997: 261-263). La finalidad de este alfar no era otra que la de elaborar las ánforas en las que debían almacenarse las salazones de pescado de cara a su posterior transporte y venta. Varias piletas destinadas a albergar estas salazones de pescado, todas ellas de planta cuadrangular, se han documentado formando un grupo muy próximo a estos hornos.
Finca del Secretario. Planta del sector de las termas.

Finca del Secretario. Termas.

Finca del Secretario. Horno cerámico.

Por lo que concierne a la villa localizada en Torreblanca, diremos que se emplazaba junto a un arroyo y un manantial de agua dulce, y en ella se han diferenciados varios momentos de ocupación. El período que ahora nos interesa se documenta gracias a parte de unas termas que fueron erigidas hacia las primeras décadas del siglo II d. C., aun cuando la construcción de la villa parece que pudo llevarse a cabo algunas décadas antes, tal vez en pleno siglo I d. C. En su decoración también se constata el uso de mármoles y ladrillos decorados con motivos vegetales (Atencia, 1978: 74; Puertas, 1991-92: 227). De todas formas, no fue hasta mediados del siglo III cuando estas instalaciones pasaron a ser reutilizadas como factoría de salazones de pescado, actividad que perduró hasta los siglos IV-V, pues a  partir de entonces este espacio estuvo ocupado por un cementerio de época visigoda (Puertas, 1991-92: 230-235).

Villa de Torreblanca.
Planta de la villa de Torreblanca.

A pesar de la antigüedad de las primeras noticias sobre la villa de Torremuelle en Benalmádena (Rodríguez, 1982: 11-19), no es mucho lo que se sabe acerca de la misma, ya que ha sido sometida a un serio proceso de destrucción. Parece que estuvo situada sobre un espolón rocoso situado al pie de dos pequeñas ensenadas, muy próximo a un cauce fluvial. La datación que se le viene asignando nos remonta a una fecha que comprende los siglos I al IV d. C. Se ha propuesto que junto a estas edificaciones pudo existir un pequeño embarcadero del que, sin embargo, sólo se tiene constancia documental a partir del año 1511 (Mayorga, Rambla, 2000: 135-136). Por otra parte, sabemos que contaba con un depósito de agua hoy destruido, así como una serie de piletas de salazón de pescado, en tanto su decoración contaba con mosaicos de estilo geométrico.
La villa de Benalmádena-Costa (Rodríguez, 1982: 21-36), abarcó desde los inicios del siglo I hasta el IV, sufriendo un posible abandono o remodelación a lo largo del siglo III. Decorada como la anterior con mosaicos, en esta ocasión se han hallado, además, estucos pintados y mármoles.

Piletas de salazón de pescado de la villa de Torremuelle.

Al parecer esta villa estuvo relacionada con una necrópolis, hoy ya desaparecida, cuyas tumbas estaban hechas mediante lajas de pizarra, la cual estaba ubicada tan próxima al mar que ya a comienzos del siglo pasado la subida de las aguas inundaba buena parte de este sector (Rodríguez de Berlanga, 1995: 172). Un dato que nos recuerda vivamente lo que hemos visto en el caso de Suel, es que también aquí predominan sobremanera las sigillatas
hispánicas sobre todas las restantes (Mayorga, Rambla, 2000: 235-236).
Otra villa descubierta hace poco tiempo es la de Los Molinillos, igualmente junto al mar. Aunque no se descarta una posible ocupación anterior, la datación asignada a este yacimiento oscila entre los siglos I y VII d. C., fecha esta última que nos habla de su abandono definitivo.

En un primer momento esta villa estuvo dedicada desde el punto de vista económico a la explotación de aceite, como lo confirman las estructuras excavadas en las que aún perduran los orificios para la prensa de este líquido, así como las canalizaciones y pavimentos. Sin embargo, a partir del siglo III su utilidad varía para convertirse en factoría de salazones, proceso que perdura hasta aproximadamente el siglo V de nuestra Era. Entre la cultura material exhumada podemos citar los objetos vinculados con la pesca, como pueden ser las pesas de plomo para redes y los anzuelos, así como sigillatas gálicas e hispánicas y producciones cerámicas con origen en el norte de África que, sin embargo, parecen responder a imitaciones locales (Pineda, 2003: 66-70).

Vista parcial de Los Molinillos.


Ya adentrándonos más al interior podemos comentar un posible yacimiento ubicado muy cerca de Acevedo, como sería el antiguo Cortijo de San Isidro, de donde se hizo público a comienzos del siglo pasado un vaso completo de sigillata decorada que había aparecido al plantar una viña (Rodríguez de Berlanga, 1995: 113-114), y que tal vez podría provenir de una sepultura.
Otro emplazamiento sería Haza del Algarrobo, pues nos consta que de aquí proviene una imitación hispana de una moneda de bronce de Claudio I, la cual podemos situar en el siglo I de nuestra Era (Mora, Loza, 1986: 21), así como que existió un horno que resultó destruido cuando se urbanizó la zona hace varios años. Así mismo, cabe recordar la noticia publicada en el siglo XVIII acerca de la aparición de algunas monedas de cobre o plata en el actual casco urbano mijeño (Mora, Sedeño, 1989-90: 166), monedas a las que podemos sumar dos pequeños bronces de Graciano y Magno Máximo, datables entre los siglo II-IV d. C., encontrados en la muralla (Mora, Loza, 1986: 21).

La red viaria que cruzaba este territorio tenía como principal eje la vía que recorría la costa peninsular desde Gades hasta su finalización en Roma, si bien su trazado no siempre se ajustaba a este perfil, pues los accidentes geográficos podían hacer que se apartase un tanto del litoral como se supone ocurría en nuestro caso, ya que se ha propuesto que esta vía se alejaría de la costa y cruzaría el río Fuengirola justamente a la altura de Acevedo para más tarde sobrepasar la zona de la Cala (Gozalbes, 1987: 52).

3.3. LAS ACTIVIDADES ECONÓMICAS.

Como es norma en cualquier sociedad anterior a la Revolución Industrial, el pilar fundamental de la economía eran las prácticas agrícolas y ganaderas, cuestiones de las que paradójicamente casi no tenemos dato alguno para el área que estudiamos, habida cuenta la inexistencia de análisis tendentes a resolver estas cuestiones. A pesar de ello la aparición de instalaciones industriales en distintos yacimientos, como pueden ser La Butibamba o Los Molinillos, destinadas a la elaboración de aceite nos informa de la plantación de olivos en una extensión que ignoramos pero que debió ser significativa. Junto a este cultivo cabría citar el trigo y la vid hasta completar la conocida tríada mediterránea (Wolf, 1992: 286-287), si bien en este caso carecemos de datos arqueológicos que nos certifiquen su presencia.

Por otra parte, en estos yacimientos se llevaba a cabo otra actividad de gran trascendencia desde el punto de vista económico muy vinculada también con la alimentación. Nos referimos, claro está, a las salazones de pescados, ya conocidas en el mundo fenicio y que tendrán ahora un período de enorme desarrollo. En nuestro caso conocemos la existencia de numerosas piletas destinadas al tratamiento de estos productos marinos en lugares como la Finca del Secretario, Torreblanca y Torremuelle, además del propio Cerro del Castillo, sin olvidar que en Benalmádena-Costa se encontraron, además de una de estas
piletas, numerosos anzuelos y agujas para coser redes (Rodríguez, 1982: 23; 1987: 407), al igual que en Los Molinillos, donde junto a las conocidas piletas se han hallado anzuelos y plomos para redes de pesca (Pineda, 2003: 69). Quizás sea el primer lugar de los mencionados el que mejor pueda informarnos sobre este aspecto, pues aquí se exhumaron, además de varias de estas piletas, cinco hornos junto con dos vertederos (Villaseca, 1997: 261-263). Estos hornos estaban destinados a fabricar los envases anfóricos en los que se almacenaba el famoso garum para su ulterior venta, alimento muy apreciado en su época a causa de sus virtudes no sólo culinarias sino medicinales, al ser rico en vitaminas y proteínas (Villegas, 2004: 317-319), de tal manera que este yacimiento nos ilustra perfectamente acerca del importante papel productivo que tenían las villas en el orbe romano. En todos los casos parece tratarse de instalaciones de carácter privado (Puertas, 1991-92: 236), carácter que también se ha propuesto para todo su proceso de comercialización posterior (García, Ferrer, 2001: 583). Desde el siglo III d. C. estas factorías de salazón pueden llegar a ocupar incluso el lugar que antes estuvo destinado a otras actividades económicas, como vemos en Los Molinillos, donde la atención de sus propietarios había girado anteriormente en torno al aceite (Pineda, 2003: 70). De todas formas, ello no excluye en absoluto que en otros casos sea posible apreciar la coexistencia de ambos tipos de actividades, como acontece en la Finca del Secretario (García, Ferrer, 2001. 588).

Habida cuenta la existencia de las dos actividades que acabamos de contemplar resulta lógico que la próxima que abordemos sea el comercio. Algunos investigadores han incidido recientemente en la trascendencia que tuvo para la economía del Imperio la comercialización de productos alimenticios, a pesar de que por regla general su presencia es muy escasa en los registros arqueológicos ya que sólo sobreviven los envases que los contuvieron (Fulford, 1987: 63-70).
La realización de actividades comerciales ya había sido planteada merced al examen del cognomen de Lucius Iunius Puteolanus, el cual hace alusión a la ciudad itálica de Puteoli, la moderna Pozzuoli (Rodríguez, 1981: 60-61; Corrales, 1993-94: 252), de manera que servía de argumento para postular unos contactos de esta índole entre ambas localidades. No obstante, recientemente se han presentado algunas objeciones a esta posible relación (Chic, 1996: 259), al considerar que existe una discrepancia cronológica entre los restos anfóricos hallados en Roma que muestran este nombre, los cuales no irían más allá del 50 d. C., con la fecha en que esta población habría alcanzado la categoría de municipio.

Una buena muestra del tráfico comercial de estos productos piscícolas que acabamos de repasar son las ánforas destinadas al transporte de garum, las cuales han sido localizadas en numerosos yacimientos, algunos de ellos con varios hornos en funcionamiento como vemos en la Finca del Secretario. Así la aparición de estos recipientes es abundante, según vemos en Los Molinillos o en aguas cercanas a Torremuelle (Rodríguez, 1982: 19). Las marcas de alfarero sobre vajilla de mesa, como es la terra sigillata, o sobre elementos de iluminación (lucernas), nos hablan de fluidos contactos con la Galia y el norte de África, con independencia de que en algún caso pudieran haber sido fabricadas en un taller filial hispano. Justamente es esta última zona la que a partir del siglo III d. C. acapara gran parte de los mercados con la introducción de sus productos alimenticios (Fulford, 1987: 63), los cuales van acompañados de vasos cerámicos que, al menos en lo concerniente a las formas usadas en las cocinas también fueron imitados a este lado del Estrecho, como vemos en Los Molinillos (Pineda, 2003: 68).

Otra actividad bien documentada fue la explotación del mármol mijeño junto con el de sus inmediaciones, la cual comienza en la primera mitad del siglo I d. C. destinada a un mercado de índole más o menos local (Baelo, Cartima, Malaca...), aun cuando se han encontrado obras ejecutadas con este material en Zaragoza. Durante la siguiente centuria estas canteras alcanzarán su máxima explotación, ya que sus materiales llegarán a puntos como Munigua, Nescania, Almedinilla, Gades o Hispalis, siendo perceptible una disminución en su actividad durante el siglo III, lo que no es obstáculo para que detectemos su presencia en Itálica, Malaca o Caviclum (Beltrán, Loza, 2003: 42-46). Este mármol era transportado hasta la costa, tal vez hacia la zona de Los Boliches en Fuengirola, donde existió en el siglo XVI un embarcadero destinado a este mismo fin como se ha sugerido (Beltrán, Loza, 2003: 53-55). Desde aquí se cargaría bien desbastado o elaborado total o parcialmente de cara a su ulterior comercialización, siendo este transporte marítimo el que explica que la distribución de la mayor parte de estos mármoles se sitúe en localidades próximas a la costa (Beltrán, Loza, 2001: 531-532).

3.4. ASPECTOS SOCIALES Y RELIGIOSOS.

En realidad la información que tenemos sobre estas facetas de la vida en el ager suelitanus es, como viene siendo habitual, muy limitada, pues los datos que tenemos provienen sobre todo de la exigua colección epigráfica descubierta, de manera que sólo podemos insinuar una primera aproximación a tales aspectos.
Desde el punto de vista de la estructuración jurídica y administrativa de este territorio, cabe indicar la existencia en esta localidad de las estructuras típicas romanas destinadas al gobierno municipal. Una vez más es el importante epígrafe de Puteolano el que nos permite intuir algunos hechos de la vida política suelitana, ya que en él se alude a los decuriones (Rodríguez, 1981: 60).
Como es bien sabido las ciudades se regían por medio de un senado municipal constituido por una variada serie de magistraturas entre la que destacaban los decuriones, e integrado por miembros de las familias más poderosas que gozaban por tanto de honores y privilegios a cambio de una importante labor de evergetismo (Rodríguez Neila, 2002: 459). Respecto a los distintos sectores sociales, sólo sabemos de la existencia en Suel de libertos como el ya citado L. Iunio Puteolano, quien tras enriquecerse gracias al comercio había accedido a destacados cargos religiosos, como el de séviro augustal que tras su elección mantuvo a perpetuidad (Rodríguez Cortés, 1990: 130; 1991: 84 y 104).
Contamos también con alguna alusión al dios Neptuno, como es la ya varias veces mencionada inscripción de Puteolano, uno de los pocos ejemplos de este tipo que conocemos en toda la Bética (Rodríguez Cortés, 1990: 130; 1991: 84). Otra divinidad representada es Venus (figura 53), bien conocida gracias a la escultura de la Finca del Secretario (Puertas, 1980-81: 122-126; 1982: 357-362; Baena, 1984: 60), así como una posible personificación de una deidad masculina de carácter acuático, tal vez un río (Baena, 1984: 63-67), en otra escultura aparecida en Los Boliches ¿quizás de la misma Finca del Secretario?, la cual se viene fechando en el siglo II d. C. También hay alguna dedicación a la Fortuna, como la que hizo un tal Diógenes (Atencia, 1978: 48; Rodríguez, 1981: 61).

En resumidas cuentas, podemos advertir cómo en esta zona proliferan las divinidades relacionadas con el mar, casos de Venus, Neptuno o la personificación del culto a las aguas. Una asociación interesante es la que se realiza entre el dios del mar y el culto imperial, de claro carácter estatal, como parte de un fenómeno que alude a un lento proceso de sincretismo tendente a lograr una mayor unificación religiosa en todas las regiones del Imperio (Prieto, Marín, 1979: 78-79).

 

Venus procedente de la Finca del Secretario.   



Escultura procedente de Los Boliches representando una deidad acuática.

3.5. EL DESARROLLO HISTÓRICO DEL AGER SUELITANUS.

Como hemos podido contemplar en las páginas precedentes, la información que tenemos sobre el Alto Imperio en esta zona es bastante limitada y, sobre todo, sesgada, pues si bien es cierto que para algunos aspectos existe al menos un mínimo caudal de datos, a medida que deseamos profundizar en cuestiones más detalladas advertimos dichas carencias.
Tradicionalmente se ha venido considerando que el siglo III representó una etapa de intenso declive para el Imperio: invasiones bárbaras, inflación monetaria, desórdenes, decadencia de las ciudades, crisis del sistema esclavista y surgimiento del colonato…; todo ello dibujaba un panorama bastante sombrío. En la actualidad, y tras nuevas investigaciones, es posible matizar estas afirmaciones. Como es evidente, resulta imposible negar que el siglo III de nuestra Era fue un siglo difícil y turbulento para aquellos a quienes les tocó vivirlo. Ahora bien, lo cierto es que ya no es posible seguir sosteniendo que las ciudades sufrieron un colapso total, pues lo que en realidad sucedió es que éstas
experimentaron una importante transformación y readaptación al reutilizar con distintos fines unos espacios arquitectónicos que habían sido construidos en los siglos precedentes, pero siguieron siendo sede de la administración imperial y donde se llevaban a cabo las prácticas religiosas, tan vinculadas en Roma con el propio estado (Pérez, 1989: 306-310).
Por lo que concierne a la zona en la que debe inscribirse el Tesorillo de Acevedo, el ager suelitanus, vemos cómo el poblamiento humano se articula en torno a un núcleo principal de cierta antigüedad, como es Suel. En la franja costera y el cauce inferior del actual río de Fuengirola se construyeron varias villas, así como alguna unidad de menor entidad como sería una aldea de pescadores.
El desarrollo económico de esta área se inserta en los parámetros generales que conocemos para el Imperio. Es interesante constatar los cambios producidos a lo largo del siglo III d. C. en las actividades productivas desarrolladas, puesto que se percibe con claridad una disminución del peso que representan la vid y sobre todo el olivo en beneficio de las labores piscícolas. Aunque está demostrado que el cultivo del olivo no sufrió un colapso en la Bética durante estas fechas, sino que su explotación continuó siendo destacada hasta bien entrado el siglo IV d. C. (Fernández, 1983: 570-571) como ejemplifica su utilización en la annona militaris (Blázquez, 1980: 23-25), estas circunstancias no dejan de coincidir con el auge que experimentan los bienes de consumo, tanto alimenticios como manufacturados, que llegan desde el norte de África (Fulford, 1987: 83).